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viernes, 26 de julio de 2019

Ajax 1971-1973



La Holanda del 74 fue la culminación de una idea, la materialización de un sueño nacido de la necesidad de reformular un juego falto de nuevas creencias. El fútbol sudamericano había expandido su escuela de fútbol callejero y espontáneo, la del descaro y la sangre caliente. Un pequeño pueblo llamado Uruguay confiaba en su arrojo y decisión para alcanzar la meta mundialista y Brasil hacía lo propio con el fútbol ilusionista que Garrincha o Pelé contagiaba dentro y fuera de sus fronteras. Faltaba un giro de guión poco convencional para tener en Europa una señal de distinción propia. Aquella Holanda terminó de labrar una cultura que haría replantear al mundo nuevas fórmulas e ideales dentro del deporte.


El fútbol holandés no contaba con voz dentro del fútbol europeo. Sin tradición, sin influencia ni palmarés, aquel pequeño país no era equiparable al desarrollo que se había experimentado en otras partes del continente. A mediados de la década de los 60, el resto había tenido tiempo para echar a correr, caer e incluso volver a levantarse; ellos por su parte no tenían ni tan siquiera un punto de partida. En una entrevista concedida por Johan Cruyff a Fernando Rey Tapias en el año 2001, el ex jugador del FC Barcelona explicaba cuál había sido el inicio de aquel camino emprendido por el fútbol holandés hasta llegar a la cima: "allí el fútbol se profesionaliza en 1964. Fui el segundo jugador del país en convertirme en profesional tras Keizer, todos eran amateur en aquella época. Después llegamos a la final de la Copa de Europa en el 69, el Feyenoord fue campeón en el 70... Calidad había y después llegaron estos entrenadores que eran Michels y Happel que fueron los que dieron el paso gigante para que todo el mundo pudiera aprovecharlo". La mejora en las infraestructuras, unas mejores condiciones de trabajo de los jugadores y la valentía de los entrenadores para dejar que estos se expresaran dentro de un modelo de juego afinado hasta la saciedad. Así nació la cara más visible y mediática de la historia del fútbol neerlandés de clubes: el Ajax tricampeón de Europa.

Como toda buena historia, todo empieza con una derrota que suele aleccionar a aquellos que aún no cuentan con el bagaje necesario para sobrellevar una cita como la acaecida en el Bernabéu el 28 de mayo de 1969. El castigador fue el Milan, el pie que pateó las ilusiones de nuestros protagonistas fue el de Prati y el cerebro de la masacre fue Gianni Rivera. Aquel 'trequartista' fantasioso enseñó aquella tarde a Cruyff todas las directrices necesarias para protagonizar un partido de semejante índole. El estadio se mantenía expectante ante las acciones de aquel número '10', impasible ante cualquier alteración producida en el espectáculo. No esprintaba, no hacía esfuerzos desmedidos; sus controles, la forma de girarse sobre su eje y una milimétrica precisión en el pase marcaban el compás del encuentro y martirizaban a su rival tras cada recepción. Aquella lección de superioridad mostró el camino al número 14 y a su equipo para las próximas oportunidades que se les avecinaba.

Gianni Rivera le enseñaría el camino a Johan Cruyff en 1969 para dominar una final.


Para poder resarcirse de aquella derrota, los pupilos de Michels tuvieron que esperar 2 años tras no poder coronarse en la Eredivisie de la temporada 1968-1969. Como añadido, sus compatriotas de Feyenoord se alzaban con la Orejona siendo el primer equipo del país en conseguir dicho galardón. Durante la edición de 1970-1971 se instauró el valor doble de los goles fuera de casa, lo que supondría un importante cambio estratégico en las eliminatorias. Las dos primeras rondas no pondrían en excesiva dificultad a los futuros campeones, tras vencer al Nëntori albano y al FC Basel. La primera piedra aparecería con el nombre de Celtic de Glasgow: finalista el año anterior, campeón cuatro años antes y que contaba en sus filas con el escurridizo extremo Jimmy Johnstone. Tras un primer tiempo dubitativo en el que se vieron demasiadas veces corriendo hacia su portería, el gol de Cruyff les liberó para empezar por fin a jugar más lejos de Stuy, a trazar más combinaciones y a finalizar con más frecuencia. El trabajo de Rijnders, secundario en cuanto a talento respecto al resto de sus compañeros pero de gran valor colectivo, acabó siendo vital en la pugna por el balón y la continuidad ofensiva surgida a partir del sector izquierdo. Una falta botada por Hulshoff y una maniobra fabulosa de Keizer dentro del área puso el 3-0 definitivo y una ventaja considerable para viajar a Escocia, donde un gol de Johnstone solo podría maquillar la eliminatoria. En semifinales aguardaría el Atlético de Madrid, que a la postre demostraría su poderío como local. Los Calleja, Adelardo, Ufarte, Aragonés o Gárate limitaron sobremanera las aptitudes de los holandeses, quienes apenas pudieron establecerse cerca de los dominios del portero Rodri. El gol solitario de Javi Irureta daría ventaja a los españoles en el primer duelo. En la revancha en el Olímpico de Amsterdam la premisa atlética era aguantar el vendaval de presión, llegadas al área y centros laterales. Un trallazo de Keizer y sendos goles de Suurbier y Neeskens sellarían el pase a la segunda final de Copa de Europa del Ajax.



El XI habitual del Ajax en la temporada 1970-1971.

Wembley, 2 de junio de 1971. Una fecha marcada en rojo en el calendario. Londres albergaba la final de la Copa de Europa que enfrentaría a nuestros protagonistas frente al Panathinaikos griego. Esta vez no podía haber ni un atisbo de duda en la estrategia que el Ajax había trazado para llegar a la final a pesar de no poder presentar su alineación de gala. No pareció detenerse en ello y tampoco padeció en exceso la inquietud por saber cómo enfrentarse a la situación sino por colocar en su vitrina aquel trofeo. Antes de que los griegos pudieran entrar en el partido ya se habían puesto 1-0 abajo. Su lado derecho en defensa se descompuso muy pronto y no fue otro que Cruyff el que empezó a hacer mella en la grieta seguido de todos sus socios del sector izquierdo: Suurbier, Mühren y Keizer. Ese desequilibrio vaciaba el área y los demás la amenazaban seriamente pero sin poder aumentar la ventaja. El partido se ensució durante el segundo tiempo, sosteniendo un ritmo alto que se trajudo en muchas imprecisiones y pérdidas. No obstante antes del final, Arie Haan introdujo un balón en las redes culminando una jugada igual o incluso más simbólica que la que protagonizaría Holanda tres años después en la final del Mundial: sesenta y siete segundos de posesión en el que solo un jugador del Panathinaikos acarició levemente la pelota, ocho jugadores partícipes de la jugada suponiendo un total de 16 pases completados y Cruyff y Neeskens regateando cada uno a dos contrincantes como recurso y no frivolidad. La guinda del pastel. Amsterdam por fin llegaba a la élite europea por la puerta grande.

El XI de la final de 1971. Ante las ausencias de Krol, Michels introdujo matices en la alineación: introdujo a Van Dijk en ataque, bajó a Swart al centro del campo, pasó a Suurbier a la izquierda y ubicó a Neeskens como lateral derecho.


XI de la final ante el Panathinaikos. De arriba a abajo y de izquierda a derecha: Hulshoff, Stuy, Suurbier, Van Dijk, Mühren; Keizer, Swart, Rijnders, Vasovic, Cruyff, Neeskens.

Para la segunda temporada los cambios efectuados apenas trastocaron la línea continuista marcada en la entidad. Por ello, creyeron que la mejor forma de reemplazar la partida de Marinus Michels — rumbo a Barcelona — era con Stefan Kóvacs. En la plantilla, el adiós del capitán Vasovic la cubriría otro jugador con funciones de líbero, el alemán Horst Blankenburg; ante el mercado tan acotado que había en la época las innovaciones tenían que llegar dando la oportunidad a jugadores locales, como el centrocampista Arie Haan. La única incorporación reseñable fue la de un joven extremo liviano y puntiagudo de cara a gol llamado Johnny Rep, que no tendría tanto protagonismo en los planes de Kovács como al año siguiente. Dentro de la competición europea 1971-1972, hay dos acontecimientos que manifiestan los motivos por el cual el Ajax la dominó durante tres años. El primero de ellos, la batalla de Highbury. Tras ganar por la mínima en casa (2-1) la clasificación pasaba por superar una tarde-noche londinense fría y húmeda. Un terreno impracticable impedía dar tres pases seguidos, quizás ahí la suerte del campeón les correspondió  dándoles un gol tempranero en propia del Arsenal que les diese cierta tranquilidad. Con muchos minutos por jugar, la victoria pasaba por el balón dividido, el mancharse las medias de barro, el retroceder sobre la portería, achicar agua y no arrugarse en las disputas. Aquel día no tuvo miramientos en convertirse en un equipo inglés ante la imposibilidad de ser él mismo pero la confianza que mostraban en seguir adelante provocó que no tuviesen ningún susto el resto del encuentro. El segundo resultó ser la final, el derrocamiento del fútbol que había imperado en la Copa de Europa de los años 60. El Inter de Facchetti, Boninsegna o Mazzola conoció a la fuerza que para vencer a un equipo tan particular había que hacer algo distinto a lo habitual. Si no, como ocurriría durante el encuentro, los holandeses te reducirían con indiferencia a un equipo minúsculo. Aunque no lo fueras. Los italianos fueron víctimas de la desesperación, ante la cantidad de camisetas blanquirrojas que cerraban al poseedor del balón que quería encontrar una vía para formar el contraataque; la velocidad de los pases una vez iban recuperaban la posesión, las internadas al área por los tres carriles, la insistencia en el remate, su poderío físico... Un aficionado dentro del verde, rendido ante un equipo que se exhibía y ganaba: por ese orden.

Ajax 1971-1972. Como novedades, la inclusión de Arie Haan en el centro del campo y el alemán Blankenburg como líbero.

Para la 1972-1973, la competición reina nos regaló el duelo más esperado del panorama europeo: holandeses contra alemanes, Ajax contra Bayern Münich, Cruyff contra Beckenbauer. La rivalidad entre ambos empapaba incluso el terreno de lo social. En el primer partido hubo ciertas formalidades que duraron cuarenta y cinco minutos a raíz del miedo a hincar la rodilla en frente del contrincante, ninguno dio todo de sí y hubo cierta inocencia en los últimos metros cuando se trataba de batir al portero. Después llegaron las hostilidades y ahí la agresividad del Ajax impuso su ley en el encuentro en base al poderío y la efectividad mostrados. Probablemente, el resultado justificaba la distancia que había entre ellos y sus perseguidores: el 4-0 golpeó duro en el orgullo de Lattek y los suyos, sabedores de que en la vuelta no había ninguna posibilidad de revertirlo.  En semifinales llegaría el turno de enfrentarse al rey de la competición, el Real Madrid de los García Remón, Zocco, Pirri, Amancio o Santillana. El primer partido, los visitantes dirigidos por Miguel Muñoz emplearon un sistema de marcas individuales bien plantadas que hicieron mella al Ajax, consecuencia también de los cambios producidos en la alineación. Schilcher ocuparía el centro del campo — también se desempeñaba como central — y haría de los holandeses un equipo más dominante en el plano físico en detrimento de la fluidez y velocidad que le caracterizaba, dando una primera parte más disputada de lo deseado para los intereses locales. El cambio del austriaco por el pequeño de los Mühren (Arnold) al descanso sumaría el punto de dinamismo y agresividad necesario para encender la maquinaria atacante. El 6 comenzó a rellenar toda la mediapunta, a meter una marcha más al ataque combinando en pocos toques y a hacer buenos los desmarques en profundidad de sus compañeros. Mediante su aportación el dominio comenzó a fraguarse de forma contundente y tan solo el gol de Pirri (el 2-1 final tras el gol de Hulshoff y el zapatazo de Krol) pondría cierta emoción a los minutos finales y al partido de vuelta. Esta fue radicalmente distinta, imponiéndose las defensas a los ataques. El gol de Gerrie Mühren lanzó al Madrid arriba y al Ajax abajo sin suponer excesivos riesgos para la clasificación de los tulipanes, en un ejercicio defensivo que hizo ver que incluso sin tener la posesión eran un conjunto muy solvente. El partido de Hulshoff y sobre todo de Blanckenburg en su área dio buena muestra de su calidad defensiva, tomando la iniciativa en las acciones, achicando espacios con rapidez y con mucho acierto metiendo el pie. El Ajax parecía imbatible y ya veía de cerca su tercer título europeo consecutivo.

La final disputada en Belgrado no pasaría a la historia por su belleza, aunque pondría otra vez de manifiesto el equilibrio del Ajax en términos físicos, técnicos y anímicos. La Juventus se vio abajo en el marcador desde muy pronto con el gol de Rep, que a pesar de jugar solo un año junto a Cruyff  en Amsterdam demostraría ser su socio ideal en el ataque. Sin más acierto de cara a gol que el suyo, los de Kovács no dejarían de intentarlo desde media distancia, a veces con excesiva ansiedad. La imagen de la final llegó tras el pitido final, con Cruyff vestido de bianconero — junto a muchos de sus compañeros que también intercambiaron camisetas —  levantando como capitán su última Copa de Europa con su querido Ajax. La prueba de que con su fútbol humilde mostraron respeto a aquellos que un día admiraron de la mejor forma posible: jugando sin complejos fuera cual fuese el oponente.


De izquierda a derecha: Cruyff, Blanckenburg, Mühren, Hulshoff, Haan, Keizer, Stuy, Rep, Neeskens, Krol.
 Foto vía: football journey



Rep, Suurbier y Cruyff vestidos con camisetas de la Juve sosteniendo la tercera Copa de Europa de la historia del Ajax.




¿CÓMO JUGABAN?

El dominio de aquella escuadra en Europa es el producto de algo que hoy es difícilmente reproducible. La creencia en un proyecto a largo plazo, obligado en parte por las condiciones tan restringidas de la época en materia de fichajes. La consolidación año a año de un grupo prácticamente inalterable liderado por un entrenador fiel a su filosofía de trabajo y capaz de ir sumando ingredientes paulatinamente hasta establecer una hegemonía primero a nivel nacional y luego a nivel internacional. Su juego denotaba una compenetración sobresaliente, fruto de un largo periodo de trabajo y de asimilación de los conceptos que su entrenador iba exponiendo. Jugaban de memoria, cada futbolista tenía claro que su función era tan determinada como incluyente, es decir, su rol podía ser complementado con otras labores correspondientes a otro rol. Así, un extremo de aquel Ajax debía estar preparado para recibir en la banda, driblar y poner el centro como también amenazar a los centrales rivales con desmarques o tirar paredes con los centrocampistas en la frontal. El intercambio de posiciones hacía que los jugadores dominasen varias de estas durante los partidos.

En primer lugar el plan de juego no puede tener otra procedencia que la extraordinaria técnica que tanto Michels como Kovács disponían en plantilla. El resto de clubes del momento estaba a años luz del manejo del balón de los holandeses, de ahí que ambos entrenadores se viesen obligados a convertir a todos sus jugadores en protagonistas de las jugadas de ataque. Desde el prisma del rival, jugar ante este Ajax suponía dos circunstancias prácticamente ineludibles. Por un lado, el esfuerzo defensivo — también a nivel mental— para contrarrestarlo era mayúsculo porque su velocidad en el juego de pases obligaba a cubrir muchos metros en pocos segundos y a poco que se desajustasen las marcas las consecuencias podrían ser terroríficas. Por el otro, había que dar por sentado que tu tiempo de posesión iba a ser  (muy) reducido. Esto supone defender más que atacar y tener la entereza suficiente para asumir que tus oportunidades de gol serían limitadas y que cada una puede ser la última. No existía en ellos el concepto de posesión defensiva pues era su ambición por tener la pelota y atacar lo que le restaba al rival las opciones de generar en el plano ofensivo. Tampoco se encontraban duelos entre la salida de balón y la presión alta, así que les era sencillo tener continuidad ofensiva: salida en conducción con un central y conexión con las líneas posteriores. De ello nace en gran medida su capacidad para agarrar el control del partido, dividiendo marcas en el centro a partir de la superioridad numérica y con una profundidad interior que giraba fácil al oponente. Y si el balón se perdía, la acumulación de hombres en esa zona era el cinturón de seguridad para detener casi cualquier opción de contragolpe. Los costados por su parte los ocupaban hombres dispuestos a dar la sorpresa, de mezclar el juego más asociativo con el descaro para verticalizar la jugada por sus propios medios. En la banda izquierda era indiscutible la pareja Krol-Keizer. El primero era un lateral diestro constante en el ataque, seguro con balón, hábil para el recorte hacia dentro y un disparo seco. Keizer, un extremo zurdo espigado que aguantaba la pelota con maestría y con la chispa adecuada para sacar el centro. En la derecha había menos pausa con las incorporaciones de Suurbier y los movimientos hacia el área de Swart, Van Dijk y Rep: este último con una sensibilidad especial para completar el puzzle que Cruyff iba construyendo.

Otro plano en el que edificaban su dominio era el físico, expuesto sobre todo en el ámbito defensivo. Para acompañar esa técnica privilegiada se antojaba necesario suplementarla con un buen trabajo de resistencia y velocidad explosiva, lo que explica su capacidad para sostener un ritmo alto durante muchos minutos y en parte la eficacia mostrada en los momentos sin balón. Su plan defensivo apretaba y ahogaba porque pretendía defender poco tiempo y eso solo se consigue con carreras cortas y de alta intensidad, considerando que cada balón puede ser el último. En los duelos individuales lograban imponerse en un alto porcentaje y poniendo en ellos una agresividad límite basada en acercarse, chocar y meter el pie una y otra vez. O llegaba su acierto o surgía el error rival forzado. En los pasillos laterales montaban las trampas, en el central las barricadas. Una vez reagrupados y muy juntos los unos de los otros, la coordinación hacía el resto. La zona del balón se llenaba inmediatamente de camisetas blanquirrojas dispuestas a cercar al poseedor, taparle cualquier salida y arrebatarle el esférico. Si eso no se lograba, su repliegue era repentino y sabían tener una respuesta más conservadora aunque su confianza a la hora de corregir y cruzarse para frenar el ataque fuese muy alta. La trampa del fuera de juego también estaba vigente, prueba de la obsesión por jugar hacia delante con y sin balón.



En general, fue un equipo muy fiel a su manera de interpretar el juego tanto con Michels como con Kovács. El primero trataba de perfeccionar su plan A tras cada temporada y una vez el segundo tomó su cargo, la línea de actuación fue similar aunque añadiendo matices que según su criterio eran necesarios para ganar competitividad, véase una mejor defensa del área cuando la situación lo requería o algún ligero cambio en los roles de ciertos jugadores, como el de Neeskens por ejemplo.

Aquel equipo aún perdura en la memoria de los aficionados y todavía más en la de la estrategia deportiva del club a día de hoy, estrechamente ligado a la forma de comprender este juego y adaptándose a los tiempos modernos. Aquel 1973 fue más que el final la inspiración de muchos profesionales del deporte para seguir creando una cultura que los Michels, Kovács, Cruyff o Neeskens hicieron imborrable.


Foto principal: uefa.com



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